sábado, 6 de febrero de 2010

"¡Nos inundamos de mierda!"

Francamente no encontré otro título que definiera más cabalmente la situación del infeliz personaje que es mencionado en uno de los párrafos finales de este post. Sin duda, aquella frase fácilmente podría reflejar la redundancia y el estado nauseabundo de las manifestaciones humanas de los patriotas, politicastros, caudillos, capataces y criminales adueñados del Ecuador, y en general, del mundo. Pero no, en este caso, el titular nada tiene que ver con los patrioteros exitosos y sus mareas de corrupción. Nada de metáforas. El asunto es puramente literal y se desarrolla de la manera que procedo a relatar:

Resulta que hace algo más de quince años, mientras cursaba el segundo año, o quizá tercero, en una de las facultades de la Universidad Central del Ecuador en esas épocas, de propiedad virtual de los “chinos” del MPD, mas hoy en manos de los “chinos” de Rafael Correa, deambulaba por aquí y por allá aburrido y decepcionado de las limitaciones, debilidades, torpezas y vilezas que predominaban en la Facultad que por esas cosas de la vida había escogido para continuar con el proceso de programación mental y domesticación, que terminaría con la obtención del tan anhelado “cartón” profesional que uno imaginaba, si eras inteligente, honesto aunque incauto, te abriría las puertas a un sinnúmero de oportunidades unas mejores que otras. Sí, lo reconozco, que ingenuo era en aquel tiempo, por aquello incluí el término: incauto. Pero no todos eran incautos, otros eran, digamos que “muy vivos y extrovertidos”. Es así que en virtud de aquel adagio que dice, “el papel aguanta todo”, la graduación en la mayoría de los casos significaba, si has renunciado a “Satán”, que has pasado a formar parte de las manadas y manadas de imbéciles y rastreros titulados, de esos que andan sacando pecho con un titulo universitario generalmente obtenido gracias a la copia contumaz, el tráfico de influencias, o el reputado y nunca bien ponderado ofrecimiento de favores sexuales.

Pues sí, en las propiedades estatales, como ya mencioné, en ese entonces del MPD y el Partido Socialista, y hoy del “mudo” que sabemos, vagabundeaba en aquellas horas del mediodía, ora por las laderas de la Facultad de Economía, ora esquivando los vehículos de la avenida América, ora intentando conseguir una sonrisa en el rostro de alguna mozuela mojigata, sin mayor éxito por cierto, lo que me llevaba a concluir, eso sí hipotéticamente, que daría la impresión que cierta variedad de mujeres intuyen que algunos no bailamos, ni adulamos, ni perdemos el tiempo en banalidades, y si bien somos generosos en cuanto a amarlas físicamente, casi siempre estamos quebrados económicamente; particularidades que definitivamente ahuyentan a la mayoría de las hembras humanas de aquellos casi extintos especímenes masculinos. Cabe mencionar que aquella hipótesis la confirmé no mucho tiempo después a través del método científico, por supuesto.

Pero qué carajos hacía de un lado a otro, vagando sin rumbo fijo, aunque jamás alejándome del perímetro que dominaba el edificio principal de la Universidad, aquel que contiene el Rectorado, las oficinas principales de la burocracia general, el Almacén Universitario, la Biblioteca y el Teatro Universitario. Pues, la respuesta estaba en este último.

Días atrás, creo, había estado ojeando las páginas de un diario. La publicidad impresa en el diario presentaba una caricatura en la que una puerca incorporada en sus patas traseras, presidía una mesa en la que se había dispuesto lo que parecía un opíparo banquete y en cuyo perímetro se encontraban dispuestos alternativamente algunos comensales de la misma especie que la honorífica cochina. “Una obra maestra del humor negro”, decía una leyenda más abajo, y enseguida la lista de los principales actores, entre estos resaltaban los protagonistas: “Michel Piccoli, Ugo Tognazzi, Philippe Noiret y Marcello Mastroianni”. Subsiguientemente, en letras sobresalientes aparecía el nombre de la película: “La Gran Comilona” (La Grande Bouffe). Más allá en líneas pequeñas un anuncio que más parecía una inocente amenaza: “últimos días. Cine Universitario”.

Aquella información promocional me generó curiosidad de modo que, al día siguiente, creo, luego de salir de clases, empecé a hacer tiempo hasta que dieran las 13:30, creo, tiempo en que se abrían las puertas de aquel cine.

Cuando entré al espacio rectangular repleto de butacas que en forma de filas y columnas se extendían a lo largo y ancho de la superficie, alternadas por pequeños corredores que permitían el flujo de los asistentes a la función, las luces ya se habían apagado. Al frente apenas se podía percibir la figura de una enorme y, mis recuerdos me hacen imaginar, verduzca pantalla. Esperé una docena de segundos hasta que mis ojos se acostumbrasen a la oscuridad y entonces empecé a descender por el corredor central, sobre aquel piso ligeramente inclinado hacia adelante. Pequeños foquitos de un color rojizo adosados a las bases de las butacas laterales, imitando a faros costeros, impedían que el incauto mortal chocara con aquellas riberas, aunque tampoco servían de mayor ayuda en la búsqueda de un lugar adecuado desde donde disfrutar con satisfacción del talento y creatividad que unos cuantos, ciertamente pensadores libertinos, ponían a consideración de las masas y público inteligente.


Trastabillando por allá y por acá finalmente me ubiqué en un lugar desde donde, consideré, podría auscultar con tranquilidad del espectáculo que, sorpresivamente, dio inicio un par de minutos después.


Sería injusto con usted amigo lector, si acaso no la ha visto, describir la película, incluso la breve sinopsis estaría de más. Mejor verla de golpe y sopetón. Soy sincero cuando digo que es una de las mejores comedias que he visto hasta ahora, más, si incluso hoy, cada vez que la veo no puedo evitar destornillarme de la risa ante ciertas escenas que ciertamente son una obra maestra de la comedia para adultos. Más bien se la recomiendo, si no la ha visto, y desde luego, si tiene criterio amplio. Dicen que “en gustos se rompen géneros”, puede ser; y seguro estoy que los hipócritas y mojigatos la considerarán de mal gusto y la censurarán avergonzados de su propia condición humana. Pero, a quién le importa el barrullo pudibundo de la chusma, ¿cierto?


Sin embargo como fiel muestra, voy a incluir un video que contiene una de las mejores escenas de la película, y que motivó el título del post. Luego de mirar el video seguro coincidirán literalmente con el título en mención, considerando el jocoso y bizarro accidente escatológico del personaje interpretado por Marcello Mastroianni.

Marcello Mastroianni y la escena de la explosión de la cloaca, desde la Película "La Gran Comilona".

2 comentarios:

Raffico Correa dijo...

Excelente Saulo, tengo que ver esa pelicula, aun cuando triste, pero la metafora aplica a nuestro pais.

Hermann dijo...

Antes que nada saludos.
Buen post amigo Saulo. El video genial todavia me estoy riendo. Marchelo un maestro! Philipe Noiret tambien es un buen actor aparece en el Cartero de Neruda y la noche de lo generales.