Recuerdo que en mis épocas de adolescente admiraba a León Febres Cordero, LFC, aunque debo aclarar que en aquellas épocas, también, ingenuamente pensaba que la dictadura socialista era la solución a los problemas causados por la dictadura oligarca.
La espectacular tarea fiscalizadora que LFC realizó en la mamarrachada de Gobierno de Osvaldo Hurtado, lo presentó como un hombre público diferente al tradicional pillo politiquero.
La fuerza de su carácter y su discurso vehemente en contra de la corrupción, así como su aparente éxito en los negocios, hizo que muchas personas confiaran en que finalmente LFC, sería “El Político” que enrumbaría por senderos de progreso al País.
Lamentablemente, su Gobierno, no fue lo que las personas decentes hubieran deseado. Violencia política, terrorismo de estado, corrupción pública, interferencia notoria en las demás funciones del estado, mala gestión pública, pésima administración de la economía nacional, protección e impunidad para los profesionales del peculado y la concusión, fueron algunas de las características de lo que se dio en llamar el Gobierno de la Reconstrucción Nacional.
El ofrecimiento que sirvió de adagio en la campaña electoral, “Pan, Techo y Empleo”, fue un espejismo, pues salvo la gente vinculada directamente con su gobierno, que ciertamente obtuvieron muchísimas prebendas del despelote socialcristiano, los demás, la mayoría de los ecuatorianos, la pasaron muy mal.
Febres Cordero tuvo la oportunidad de marcar la diferencia, pero, en su desesperación por intervenir en política cometió un craso error, se afilió al Partido Socialcristiano. Un error que terminaría marcándolo en su vida y manchándola para siempre en los anales verdaderos de la historia. Como la esponja que absorbe el agua que se halla a su paso, así aquella tendencia política curuchupa y corrupta, terminó chupando todas las buenas intenciones que pudo haber tenido LFC, dejando exclusivamente al individuo violento, intolerante, grosero, patán y prepotente que todos conocemos o conocíamos.
En alguna oportunidad, fastidiado de la influencia perniciosa que sus decisiones tras bastidores generaban en la vida pública nacional, llegué a incluirlo junto a Velasco Ibarra, Asaad Bucaram Ehmalin, en la lista de: Los tres personajes más nefastos del siglo XX en el Ecuador. ¿Por qué? Porque estos tres fieles representantes de los funestos Patriarcas de la Componenda Nacional abrieron la puerta de par en par, para que las mafias de turno y sus parentelas enviciadas por la más sucia concupiscencia, asaltaran lujuriosamente el patrimonio de todos los ecuatorianos.
En mi decepción por contemplar tamaña calamidad de realidades, pensé que, difícilmente el País podría librarse de aquel influjo socialcristiano que daba impunidad a verdaderos malhechores y criminales, mientras negaba justicia a los ciudadanos. Sin embargo, el tiempo me dio la respuesta, ningún tirano es eterno. Tarde o temprano cosechamos lo que sembramos.
LFC, ya es historia, ciertamente ha dejado huella en el País. Muchas personas lo admiran sinceramente, ven en él, aquel modelo al cual aspiran ciegamente llegar. Intentarán emularlo, tristemente. Otros, aquellos que vivieron servilmente a su servicio y a costa de su imagen, rapiñando ampulosamente a sus anchas gracias a su protección amoral, simplemente seguirán explotan su reputación mitificada, para tratar de granjearse la simpatía de aquellos ingenuos que idolatran a LFC, como si hubiese sido el santo que él mismo mencionó: jamás fue.
El final de León Febres Cordero debería llamar a reflexión a los políticos nacionales, pero visto está, que esa virtud no es propiedad de aquellos personajes que ven a la Política solamente como un medio para enriquecerse ilícitamente y saciar sus apetitos malsanos por el poder autoritario. Un llamado de atención debería ser para el actual Tirano, el de la sonrisa socarrona y los modales de patán de alcantarilla. El crimen no paga, histrión de la vulgaridad escandalosa.
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