jueves, 11 de marzo de 2010

Aracnicidio.


Agazapada, quieta, escondida, sigilosamente esperando la llegada del alimento que satisfaga su necesidad instintiva, o talvez solo descansando, ahí estaba, en su mundo, en su universo particular; sintiéndose segura en aquel lugar que había decidido llamar hogar.

De repente, un sacudón brutal y constante, seguido de un ruido ensordecedor y apocalíptico, la sacó de su tranquilidad. Prefirió quedarse inmóvil en lugar de huir, pues, la vibración desordenada y tenaz que la rodeaba desorientaba sus instintos; todo oscilaba, la superficie tronaba; sorpresivamente, sintió que sobre el suelo se deslizaba una especie de lámina, suave a su sensible tacto; se sujetó sobre aquel piso que aparentaba esperanza y esperó al monstruo que gruñía con metálico y acompasado ruido cortante y golpeadoramente amenazante, que, de manera inexorable se acercaba hacia ella; entonces, cuando notó que el enfrentamiento era inminente adoptó una posición defensiva para intentar repeler cualquier agresión, pero, fue demasiado tarde, de hecho cualquier respuesta efectiva habría sido insuficiente para evitar la serie de brutales y letales golpes que recibió de aquel depredador destructor e insensible.

Frente a mí, inocente testigo, el pequeñísimo cuerpo de lo que había sido una ligera araña, se mostraba empotrado en una hoja de papel que salía lentamente de las fauces de la bestia, mientras, una casi imperceptible y en extremo delgada pata flexionaba los últimos rastros de movimiento de aquel pequeñísimo cuerpo claro amarillento.

El monstruo finalmente dejó de mascullar sus gruñidos, casi de inmediato, una voz femenina tramposamente sensual y educada me señaló que la orden dada se había cumplido; enseguida, en silencio protesté: ¡cuándo ordené tal acto de violencia? Nadie respondió. Entonces, decidí que aquello no quedaría en la impunidad; la fatalidad aciaga debería responder por tanta absurda violencia. Yo la denunciaría. Con cuidado tomé la hoja que serviría de mausoleo del diminuto arácnido, y la coloqué en lugar seguro. Horas después, armado de una cámara digital retrate el cuerpo del delito. Y ahora lo denuncio, a este mundo feroz y brutal; aquí está lo que alguna vez fue; una simple mancha, solo eso quedó; una muestra fiel de lo que terminarán siendo, ¡todos!, todos quienes afortunados o no, deambulan como simples arañas en este universo dinámico e indolente, a la espera del enfrentamiento con el insensible monstruo feral.

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