Cuantas veces la sociedad y su diversidad de instituciones nos han planteado verdaderas encrucijadas trastornadas. Dilemas inmorales, que significan errores crasos sea cual sea la opción elegida. Cuantas veces hemos caído en la trampa, escogiendo aquello que habíamos imaginado cándidamente era el menor de los males. ¿Podemos sentirnos satisfechos de haber elegido la alternativa menos mala? ¿Nuestra conciencia es lo suficientemente ingenua o tontamente conformista para aceptar la farsa del más o menos honesto? ¿Se puede ser medianamente honrado o quizá debería decir moderadamente corrupto? ¿Debemos callarnos y agachar nuestros lomos ante las imposiciones de una sociedad cada vez más tiránica, intolerante y violenta?
Eso es precisamente lo que ha sucedido en las últimas elecciones. Nos plantearon, las fuerzas de la partidocracia de turno en el poder, un dilema según el cual debíamos elegir entre la posibilidad de volver a los dominios del Socialcristianismo, de la “democracia cristiana” y el Conservadurismo o quedarnos con el “magnífico” gobierno del MPD, el Socialismo, la Izquierda Democrática y el Pre.
Y la gente, la gran mayoría de la gente ha decidido, afirmativa o negativamente. Todos, correístas, nebotcianos, etc., han decidido. De manera contundente han decidido. Resuelta y voluntariamente se han doblegado ante el dilema.
En medio de un Estado jurídicamente acéfalo, aquellos no escatimaban en adulos felicitando a esos, por su triunfo cuantitativo, mientras esos se jactaban vergonzosamente ante aquellos de las consecuencias de sus capacidades para manipular y embaucar. Pero eso sí: “el pueblo había decidido”.
Y sin embargo, a pesar de lo efímeramente decepcionante que pudo resultar conocer los resultados del sufragio general, debo señalar que me siento tranquilo, satisfecho con mi decisión.
Mientras rayaba generosamente la papeleta a ambos lados de los casilleros, una sensación de serenidad, de conformidad moral se extendió en toda mi humanidad. Porque el voto nulo es la victoria de la calidad, de la razón, de la sensatez y la inteligencia. El triunfo honorable del individualismo. Porque el voto es un acto individual. Porque la doctrina del individualismo le ofrece al individuo pensante la opción de conducirse solo ante la posibilidad engañosa de asociarse con la masa incoherente e inconsciente.
Que satisfecho me sentí de rechazar la manipulación descarada y permanente de la que fue y es objeto la sociedad ecuatoriana, de repudiar con cada trazo decidido y vehemente aquel dilema tramposo e inmoral que la partidocracia nos planteaba.
Ganamos, 7% de ecuatorianos que deseamos vivir en un País donde predomine la paz, la justicia, el bienestar y la verdad, ¡ganamos! Las mentiras, las infamias y las amenazas no pudieron derrotarnos. Vencimos, individualmente, ¡vencimos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario