viernes, 3 de abril de 2009

La Bella y el Gordo.



Hace algunos días, mientras revisaba ciertos archivos descargados de la web, de manera azarosa, me encontré con una especie de publicación que se denominaba Heavy Metal. Un montón de comics bastante estrambóticos y extremadamente grotescos se presentaban de principio a fin; salvo en las páginas centrales, en donde se desarrollaban una serie de comentarios y reportajes, principalmente vinculados con temas del mundo de la Cultura Heavy y del Séptimo Arte.

Como ya mencioné, el contenido y la calidad de los comics era de mal gusto; sin embargo, de repente, apareció una imagen que inmediatamente me produjo una sonrisa, que a su vez dio paso a una serie moderada de sonoras carcajadas.

Como podrán observar en la foto, se trata de una sensual mujer con un gentil escote que deja observar parte de sus hermosas y deliciosas glándulas mamarias. A las bellas montañas y enigmática hoya que más de un hombre sediento desearía recorrer en la búsqueda del la virtuosa correntada que sacie su sediento instinto carnal, acompaña, la guapa vampiresa, una sonrisa gloriosa y una pletórica mirada picaresca que ciertamente calentaría a los mismísimos pingüinos de la Antártida, si éstos fuesen esclavos del libido humano, desde luego.

Pero, lo que causa gracia es la actitud del distinguido caballero que se encuentra a la izquierda de la frondosa y libertina dama. Afortunadamente libertina, por cierto. Todo un espectáculo de emociones, el Gordo calenturiento. Ansioso, por descubrir lo que aquel hipócrita vestido apenas encubría. Desesperado, por acceder a la totalidad de la belleza de aquella majestuosa musa. Excitado, apenas imaginando el delicioso panal de miel que fluía de aquellas sensuales laderas y redondas cumbres. Intrigado, desafiando a su mente, exigiéndole una historia lo suficientemente atractiva que le permita ganarse los favores de la adorable hembra humana. Inseguro, planeando una estrategia cuya ejecución lo lleve a disfrutar lujuriosamente de aquel jardín abundante en erotismo. Pobre Gordo, muriéndose de sed en medio de la fuente; hambriento hasta desfallecer, teniendo a centímetros semejante bandeja de suculentas frutas. Pobre Gordo, burdo e insignificante “homo erectus” estallando en obsesiones sicalípticas ante la presencia fulgurante de la bella heroína.

Sería consciente, nuestra ex doncella, acerca de la batalla de pasiones que su adorable desvergüenza suscitaba en los instintos y sentimientos de su fisgón admirador. Quién era el bendecido hacia quién estaba dirigida la sospechosa hilaridad de la complaciente dama. Acaso su repentina deferencia buscaba liberar de compromisos e incitar al obeso y casi calvo voyeur que tenía a su lado. Cuestiones que jamás acabaremos por dilucidar mientras deambulemos en ese lapsus de falta de cordura, irónicamente, tan propio en quienes tienden a pensar más allá del común de los normales, esto último como sinónimo de homogéneo, de masa uniforme.

Que chistoso el Gordo, y que chistosos nosotros que en ocasiones haciéndonos los giles, actuación que por cierto, en muchos casos, se nos presenta más natural de lo que realmente nos convendría; descargamos nuestras intensas y amorosas miradas hacia aquellas diosas de ardientes imágenes curvilíneas, a escondidas, furtivamente, como imaginando que si somos descubiertos por aquellas, derramaremos el furor de su desprecio y seremos castigados con un gesto de fulminante indiferencia.

Oh realidad implacable. Canalla prejuicio que degeneraste la inocencia. Ni hablar, así están las cosas. Pero. Pero, que tal si divagamos por un momento. Sí divaguemos. Imaginemos un mundo en el que el prejuicio sexual no exista. Un lugar sin la contaminación religiosa. Un orbe donde los hombres y mujeres no tengan que incurrir en el fisgoneo clandestino para disfrutar de sus naturales atracciones sexuales. Una sociedad donde un tipo como Yo, se atreva a acercarse a una mulata exuberante y pueda decirle, “disculpe señorita, sería tan amable de mostrarme sus bubbies”, sin ningún riesgo de recibir a cambio un sonoro bofetón que me haga ver la constelación de la Osa Menor. Un Paraíso libertino donde una mujer pueda acercarse a un hombre cualquiera para decirle, “quieres tener un entronque de ligas mayores”, sin riesgo de ser calificada de grandísima cortesana de apetitos ninfomaníacos, y que a su vez el simple humano favorecido responda agradecido de su suerte: “tu departamento o el mío”.

¡Es demasiado pedir, es demasiado pedir! Por favor, por el bien del Gordo, y de todos los hombres, sobre todo de los hombres, construyamos aquel Paraíso. Si, por favor, verdad que si se puede, damas, verdad que si se puede, verdad que si.


4 comentarios:

Giorgio dijo...

Excelente articulo

Saulo Ariel dijo...

Gracias Lex.
Un gusto contar con tus intervenciones.

Endivio Roquefort I dijo...

La fotografía es antológica. Me sorprende no haberla visto antes.

Mario dijo...

Alguien sabe el nombre de la mujer.
Qué buen par de toronjas!