jueves, 7 de enero de 2010

Los editoriales nigüentos de Diario El Telégrafo.

Hay ocasiones en que de repente, quizá por causas del azar o del destino, te encuentras con ciertas perlas escritas que te hacen considerar seriamente la teoría de la evolución, pues, de golpe y porrazo un fiel y evidente imbécil que fácilmente podría pasar por el eslabón perdido, se manifiesta a través de un libelo grosero, vulgar y pedante.

Es así que hace una semana mientras manipulaba un montón de papeles intrascendentes llegó a mis manos una página del Diario “libre, independiente y honesto”, El Telégrafo. Posiblemente dicha página habría pasado desapercibida si no fuera porque a vuelo de águila mi vista percibió cierto titular, que más o menos decía: ¿Por qué Ibarra es ciudad blanca?

Junto al título, se encontraba el rostro de un pelmazo, del que fácilmente se puede concluir es un asqueroso alcahuete del “mudo” Correa, pues solo así se explica que libere sus verbosidades en el primer periódico público del tiranuelo censurador; burdo penco con prejuicio de historiador bolivariano, de ésos, que todavía narran los cuentos patrioteros de la Manuela y el Simón.


Supongo que este bufoncillo debe ser ibarreño, de hecho en más de una ocasión lo he visto en las calles ocupando espacio físico sin mayor notoriedad que la de su oblonga figura. En más de una oportunidad también, buscando algo decente que ver en la televisión me he encontrado con las cantaletas patrioteras de este caballerito, en el canal de la Universidad Técnica del Norte, aunque en realidad la propiedad de dicho medio le corresponde a un politiquero asqueroso, tácito dueño de aquel centro; ex emepedista, y que actualmente por cuestiones de negocios, se ha vuelto incondicional correísta.


Pues bien, este seudohistoriador, cuyo nombre no voy mencionar pues su insignificancia así lo exige, tuvo la patriota idea de dedicar el espacio editorial indigno (que Vuecelencia otorga a quienes socialistamente le besan el trasero, literal o simbólicamente) a la innoble tarea de promocionar de manera trastornada a la augusta e inocente Ibarra, con una serie de interpretaciones históricas malintencionadas, y burdas suposiciones estúpidas que ciertamente ofenden la reputación de la Blanca Ciudad.

Sin el menor pudor y haciendo gala de una incontinencia absoluta este caradura con un sentido del humor propio de cretinos se refirió de la siguiente manera, y cito textualmente: “…..Caso curioso, a los payaneses, al igual que a los ibarreños, también se los conoce como patojos por un hecho: las niguas. Había tantas en Ibarra –debido a los corrales de cerdos- que los ibarreños andaban por las calles con los pies en el aire, por lo que los pícaros de antaño nos pusieron ese mote. Obviamente, había que pintar las casas con cal para ahuyentar a los bichos, tal como sucede en los árboles del parque, bañados de cal para que no entre la polilla.

La “anécdota” que cuenta este pedazo de estúpido, hasta me causa risa, no por lo injuriosa, sino porque es en extremo tonta y ridícula, más todavía considerando que viene de un ibarreño, o supuestamente ibarreño. Seguramente los ancestros de este grandísimo pelmazo, en aquellas remotas épocas, eran conocidos como los “nigüentos” o “los patojos”, debido a su poca higiene o por el gusto de contar como mascotas a aquellos diminutos bichos; es por eso y no por otra razón que este acomplejado pretendió encubrir sus frustraciones o temores salpicando a todos los ibarreños con sus muy particulares y ancestrales tradiciones familiares.

Cierto es que el calificativo de “cerdos nigüentos” se constituye en un apelativo muy justo y expresivo de las condiciones de la clase politiquera que asola la ciudad de Ibarra, incluidos ciertos segmentos de sociedad ibarreña que suele jactarse descaradamente de su “hidalguía” y orígenes chapetones, entiéndase naturaleza bastarda; y me refiero específicamente a ciertas hordas que durante las fiestas del 28 de Septiembre, suelen salir disfrazados de andaluces a montar en modestos y humillados corceles para desfilar por las calles céntricas de la urbe, como intentando recordar aquellas épocas en que sus ancestros curuchupas explotaban a los indios a látigo e insulto, o a bala si era necesario. Aunque tampoco se puede descartar la presencia de más de algún arribista cuyos abuelos servían en calidad de arcaicos senescales, brutales capataces o bestias de carga de los señoritos y gamonales que tan generosamente disfrutaban de los frutos de su condición de infames explotadores. Sin duda que estos grupos de la crema y nata acre ibarreña pueden sentirse identificados con el mencionado editorial, en cuyo caso, en su derecho están de así hacerlo.

Pero, incluir en la historia, la leyenda y la cultura de una ciudad tan respetable como Ibarra, - y enfatizo respetable por el pequeño número de ibarreños y ecuatorianos decentes y honestos que habitan en esta urbe - una suerte de recuerdos y mitos calenturientos e injuriosos, es sencillamente infamante y reprensible desde todo punto de vista.

Considerar en el patrimonio histórico y cultural de una ciudad como Ibarra, las maledicencias, injurias y los agravios de un grupúsculo de inmundos bolonios que seguramente se limitaban a existir cumpliendo sus funciones instintivas básicas, es una reverenda estupidez, exclusiva de un pobre bobo carente del más mínimo y decente sentido común.

Es conocido por algunos que los orígenes de las ciudades o pueblos implican la destrucción de la naturaleza; es decir la hecatombe de un sistema natural equilibrado. Cuando los humanos virales destrozan un sistema ecológico, la naturaleza a través de sus elementos intenta de alguna manera defenderse de aquellos actos de brutalidad. Lo que los humanos llaman condiciones insalubres debido a la presencia de pantanos, selvas vírgenes y flora o fauna nativa, son en realidad ecosistemas antiquísimos perfectamente sustentables. Por lo mismo si una comunidad humana se asienta en zonas donde existe una ambiente nativo es lógico que tenga que soportar las respuestas de los dueños naturales de aquellas zonas. Los monstruos en ese ataque colonizador no son los zancudos, ni las “alimañas”, sino el hombre “civilizado”.

Por otro lado es también conocido por muchas personas que en el pasado no muy remoto, hablemos del siglo anterior solamente, sobre todo en los países tercermundistas, las sociedades y sus gobiernos no se caracterizaban precisamente por darle atención prioritaria al asunto de la salud pública y las consecuencias problemáticas que dichas omisiones, muchas veces criminales, significaban. Alcantarillas, agua potable, aseo personal básico, desparasitaciones, socialización de culturas sanitarias, etc., eran casi desconocidas en el siglo XIX y buena parte del siglo XX. Por lo mismo, no era de extrañarse que plagas de pulgas, garrapatas, piojos, ratas, etc., saturasen no solamente los pequeños pueblos, sino, las grandes ciudades, con las correspondientes propagaciones de terribles enfermedades que asolaban aquellas poblaciones. Lamentablemente, aquellas plagas y aquellas pestes eran una constante en todas las ciudades del Ecuador y probablemente en toda América Latina.

Jamás, bajo ningún sentido una persona racional podría atreverse a definir burlescamente las condiciones o debilidades de los pueblos, recurriendo a calificativos deshonrosos. Podría alguien inteligente burlarse de las desgracias que sufren los habitantes del Guasmo guayaquileño debido al dengue. Podría un ecuatoriano con más de una neurona calificar despectivamente a los esmeraldeños o a los habitantes del oriente ecuatoriano que han sufrido o sufren las terribles consecuencias del paludismo. Podría alguien tener la infamia de burlarse de las consecuencias de la pobreza o de la indigencia. Pues sí, desgraciadamente hay canallas y miserables que lo hacen, para vergüenza de los ecuatorianos decentes, lamentablemente hay bribones de ese tipo.

Desde hace muchísimo tiempo atrás, Yo, dejé de revisar las páginas editoriales de los diarios de este país. De hecho, hace algún tiempo que no compro ningún periódico. Y si alguna vez reviso algún comentario de los “dueños de la verdad” conservadores o socialistas, es debido a que la fortuna o la fatalidad quisieron mostrarme aquellas mentiras o verdades a medias, ora para reír, ora para despreciar, aquellas percepciones tan decidoras de quienes las expelieron.


Debo decir que las apreciaciones ignorantonas y vulgares del reputado historiadorzuelo ibarreño, no deberían sorprenderme, considerando sus afectos ideológicos; como ya mencioné, en Diario El Telégrafo, solamente escriben los patriotas incondicionales al “mudo” censurador. Solo en un periódico como, el primer diario público de Correa, pueden escribir personajes con semejante “clarividencia, perspicacia y sutileza”. ¡Solo intelectuales del socialismo del siglo XXI! Dónde más se podrían encontrar esos editoriales nigüentos, sino en las puercas páginas del “primer diario público”, y talvez en El Comercio o El Universo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estamos viendo el mismo partido :

"fácilmente se puede concluir es un asqueroso alcahuete del “mudo” Correa, pues solo así se explica que libere sus verbosidades en el primer periódico público del tiranuelo censurador"


buen post
saludos.

Hermann dijo...

Pensar que nosotros subsidiamos los sueldos de estos escribidores del socialismo correista. Y que quede claro que toditos son igualitos. En le telegrafo se ha socializado la torpe opinologia.

Hellkar dijo...

La opinión de un escritor de El Telégrafo que tiene que ver con Correa?

Pero bueno siempre hay que ver algo malo del país, del clima, de una persona, partido de fútbol, aparato electrónico, servicio de telefonía, etc. y relacionarlo con el presidente como nos vamos a quedar sin deporte predilecto?