martes, 16 de marzo de 2010

He ahí el dilema.

Desde el principio de esta aventura liberal, hace más de un año ya, así lo dice, la fecha de publicación del primer post, una duda ha estado viniendo alternativamente a cuestionarme cada vez que labro en la negra roca de esta bitácora, aunque de manera amistosa, debo agradecer; una duda, de esas que encubren una certeza, aquellas que en vano intentamos ocultar, ahí, en aquel lugar de nuestra mente, donde guardamos aquellas verdades que soslayamos porque nos atemorizan. Un simple y humano dilema: ¿por qué escribir con seudónimo, y no, con mis nombres originales?

Ciertamente se podría enumerar y argumentar una buena cantidad de razones, algunas comprensibles y válidas, otras no tanto. Un testimonio legítimo que justifica plenamente el anonimato o el “desdoblamiento” en otro Yo, por ejemplo, es aquel referente a la posibilidad de comentar de manera “irresponsable” temas que son ciertamente tabú en nuestra hipócrita pero descarada sociedad. También, entre los edificantes beneficios, está la oportunidad de mandar al diablo de manera bastante expresiva y justiciera, a tanto hijo de licenciosa madre, sin la posibilidad de enfrentar una querella de orden penal, por lo mismo, te garantiza un relativo escudo que te protege de las venganzas de los patriotas de cepa espuria, y te libra de las terribles consecuencias de caer en sórdida prisión, y de paso, sufrir desgracia económica por la cuantiosa indemnización que cualquier juez vil te obligaría a pagar para cubrir los daños a “la honra” de cualquier infame badulaque; bribón que en su puerca vida entenderá el verdadero sentido del Honor. Y cómo olvidar aquella oportunidad de expresarte casi libremente, muchísimo pero muchísimo más que en la vida pública. Claro que también tiene sus desventajas, que prefiero abstenerme de señalar, pero que, cualquier persona mínimamente inteligente que haya vagado por estas alternativas sabrá identificar y cuestionar.

Pero, a pesar de todas esas ventajas, y del afecto que he llegado a tener por mi “otro Yo”, el herético Saulo Ariel; a pesar de la satisfacción que siento al escuchar el eco que mi grito en las oquedades resonantes de esta cueva suele clamar: “¡Yo soy Saulo Ariel!”. Sin embargo de aquello, siento y estoy consciente que Saulo solo es un personaje virtual, un producto de mi imaginación; en tanto Yo, simple mortal, soy verdaderamente Yo, o así quiero creerlo; y así será, por lo menos mientras dure la dictadura de esta capciosa realidad.

Armados con nuestro verbo, lápiz o teclado nos desnudamos: negamos, reímos, dudamos,blasfemamos, amamos, traicionamos, adoramos, mentimos, clamamos, maldecimos, sentenciamos, veneramos, nos encolerizamos y envilecemos, para, al día siguiente contradecirnos con aquellos mismos sentimientos y emociones. Huimos de nosotros mismos a través de nuestros alter egos ficticios, poniendo como excusa cualquier causa. Atacamos a la víctima solo para defender al victimario. Permitimos que el injuriador destroce con burlas maldicientes al que erró por las infamias que tuvo que soportar en la injusta vida que le tocó vivir. Guardamos silencio cómplice, a pesar de ser testigos de la ignominia, solo para proteger a las lacras que adulamos, modelos a los que aspiramos llegar, personajes siniestros saturados de atroces vicios y crímenes. Defendemos la causa abyecta de los patriotas que aparentan pulcritud detrás de ese vestido nauseabundo de puritanismo hipócrita y vanidad prejuiciada. Permitimos que el inocente sea martirizado y nada hacemos para frenar esa infamia, solo callamos y damos la espalda a esa realidad cruel. Decimos que estamos en contra de la brutal tortura a la inocencia y la belleza, pero, para quedar bien con los torturadores aclaramos que respetamos su derecho a torturar. Nos interrelacionamos con guiñapos humanos que pretenden disfrazar su naturaleza despreciable a pesar de las vidas públicamente sórdidas que llevan, porque podemos sacar provecho comercial de aquel encuentro.

Y así vivimos, escondiéndonos; intentando luchar contra nuestros miedos con un nombre ficticio, una personalidad alterna, o un rostro demudado, sonriente, insidioso o feroz, que parece ofrecer librarnos de lo que somos: simples hombres y mujeres, temerosos, ignorantes y frustrados. Pero nuestro experimento por escapar solo queda en el intento. Porque todo lo que somos está ahí, en nuestras opiniones, actitudes y conductas; en nuestros ex abruptos, prejuicios, embustes; en aquellas verdades que pretendemos defender pero que se contradicen con nuestra real condición puesta de manifiesto en las mentiras que proferimos en los infames contenidos de aquellos párrafos cómplices, o en nuestras actuaciones o inacciones que en secreto nos avergüenzan, pero que ocultamos con un rostro pletórico de hipocresía, o con nuestra cobarde violencia.

Y callamos, cuando hemos sido puestos en evidencia; y festejamos cuando nos dan la razón, aunque no la tengamos. Y, a sabiendas de la verdad, permitimos que la brutalidad y la estupidez agredan e injurien con insolencia y crueldad, aquello que en vano intenta constituirse en un faro de luz salvadora en un océano de bajezas y ruindades. Y perdemos el tiempo en discusiones intrascendentes, tontamente, jactándonos de intelectuales, corrigiendo futilidades, mientras enviciamos nuestro entorno con el miasma de nuestras vilezas. Y nos maquillamos diciéndonos a nosotros y a los demás que estamos cambiando el mundo, cuando muy bien sabemos que este mundo no puede cambiarse, como tampoco, nosotros, podemos cambiar nuestra suprema voluntad de ser lo que somos, pues, hace mucho tiempo renunciamos a la valentía y la honradez para reconocerlo, pues la cobardía y mendacidad, va más conforme con nuestro linaje y condición.


¿Debemos ocultarnos detrás de una máscara de divinidad, o tener el valor de mostrar al hombre?: he ahí el dilema. Quizá sea el momento de asumir responsabilidades; el momento de dar la cara y enfrentar nuestros temores. Talvez sea la hora de liberarnos de los irreflexivos miedos y exorcizar a los fantasmas que nos persiguen desde antes que tuviéramos uso de razón. Quizá sea el momento de que Saulo se quede cuidando su Cueva, ladrando libremente a esa indolente y sórdida sociedad, donde Yo, Pablo, deambulo en búsqueda de respuestas, mientras las preguntas se apilan una sobre otra. Seguro estoy que mi buen amigo, deambulará complacido su existencia libérrima en las escarpadas rocas de brillante ébano desde donde, con sus liberales aullidos, intentó en muchas noches enamorar a la exuberante pero esquiva Luna. Talvez sea el momento que Saulo y Yo, nos liberemos mutuamente; tiempo propicio de retomar aquel sendero que las fútiles debilidades convirtieron en infranqueables. Quizá sea hora de enfrentar y vencer aquellos demonios que me impulsaron a crear al buen Lobo. Habrá que ser prudente y dejar de lado las justicieras irresponsabilidades, algo que estoy dispuesto a aceptar; siempre se puede recurrir a la ironía creativa, a los simbolismos o parábolas y de vez en cuando al silencio voluntario. Después de todo, solo en la infinitud del pensamiento se puede ser realmente libre.

2 comentarios:

Juan Montalvo dijo...

Amigo Saulo (o Pablo),

Debo admitr que tu reflexión a paseado mi mente en más de una ocasión incitándome, audaz y lisonjera, a despojarme del estandarte, que no escudo, de Juan Montalvo para acudir a cara descubierta al grueso fragor de la batalla dialéctica de la denuncia política. Sin embargo, admirado amigo, desde la reflexión de la razón, las condicionantes negativas para con tan nobles propósitos son inobjetables y vienen con el feo semblante de la retaliación por mucho que la razón y la verdad asistan a nuestros argumentos.

La vida es muy corta y si bien la lucha por dejar un futuro en que nuestros descendientes no necesiten siquiera plantearse estos dilemas, merece la pena, sigo pensando que pelearla a pecho descubierto no representa ninguna ventaja sobre el delicado velo de la personalidad virtual de un nick.

Buen post... necesario.

Saulo Ariel dijo...

Antes que nada gracias por atreverte a dejar un comentario, Juan.
En realidad, "el dilema", no radica en escribir con nombre propio o seudónimo; esa es más bien una alternativa; perfectamente válida por cierto.
El verdadero dilema es el que nos plantea el destino, la realidad cada vez más desgraciada y desesperandora. Ahí está el verdadero dilema, "ser o no ser", como diría el escritor inglés en una de sus tragedias. Esa es la verdadera encrucijada y no otra.
La humanidad siempre fue, es y será una porquería. No le demos vuelta al asunto. Bajo esas condiciones lo único que queda es decidir si somos parte de ese banquete repugnante o no. Ser o no ser, así de concluyente es el asunto.